Fotografía: Diego.78 (FlickR)
Autor del artículo: Santiago Alba Rico
Fuente: Diagonal
Prometida en 1917 a los judíos por Inglaterra, y no por Dios, las potencias coloniales occidentales entregaron Palestina con todos sus habitantes, 30 años después, a una pequeña secta hebrea europea para que gestionara sus intereses en Oriente Próximo. Desde entonces, EEUU, la UE, los gobiernos árabes ancilares –con la valiosísima ayuda de la prensa y la televisión- vienen concediendo medios y autorización al sionismo para administrar libremente el dolor de la población nativa y planificar a voluntad su linchamiento minucioso: expulsiones, masacres, limpieza étnica, destrucción de casas, asedio medieval por hambre, prisión, tortura, muros, bombardeos, Israel prolonga voluptuosamente un genocidio homeopático al que ha sucumbido ya la autoridad jurídica y moral de las NNUU. Desde el principio Israel, que nunca pensó compartir el territorio palestino con sus legítimos propietarios, osciló entre la tentación de la “solución final” y la conservación de una reducida reserva nativa para uso al mismo tiempo ideológico y económico. En el ámbito internacional, el asesinato de palestinos legitima a Israel, que debe conservar algunos con vida para seguir matándolos y embelleciéndose; en el orden interno, el voto democrático de los israelíes recompensa la oferta en cadáveres palestinos de los candidatos; en términos económicos, Israel depende hoy más que nunca del lucrativo negocio de la guerra y la seguridad. A veces cuesta reprimirse, pero el pragmatismo impone matar a los palestinos poco a poco; y a nosotros nos exige admirar y aplaudir a Israel por su disciplina y magnanimidad.
A los nazis nadie los comparaba con los nazis: bastaba con llamarlos asesinos. En todo caso, lo que parece que inhabilita la comparación es el hecho de que los israelíes matan palestinos y no europeos, mientras que el horror inigualable del nazismo consistió –como bien explicaba Simone Weil- en que el III Reich hizo con nosotros lo mismo que nosotros habíamos hecho siempre con los pueblos colonizados. El linchamiento de Gaza parece perfectamente compatible con la afirmación de nuestros valores superiores. Cuando se linchaban negros en los EEUU, y las fotografías de sus cadáveres se enviaban como felicitaciones de cumpleaños o de Navidad, lo que habían hecho –y que justificaba su ahorcamiento sin juicio- resplandecía amenazador en lo que eran. Así ocurre con los palestinos. La agresión palestina a Israel es ontológicamente anterior a la ocupación sionista, es lo primero de todo: es sencillamente su existencia. Sus gemidos son “fanáticos”, su llanto “antisemita”, su rabia –claro- “terrorista”. Sólo en este sentido puede decirse que los bombardeos de Gaza son “desproporcionados”, porque son en efecto una respuesta anticipada y una respuesta todavía insuficiente a la existencia desnuda de los palestinos; frente a esta amenaza total e irreductible lo único “proporcional” sería el asesinato de 1 millón, de 4 millones, de 8 millones de palestinos. Israel, una vez más, se contiene y nosotros se lo agradecemos.
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