Parte de un fotograma de su videoclip "Kiss It Better". |
Jon E. Illescas
Rihanna es la Reina absoluta del videoclip mainstream. Si analizamos los 500 vídeos
musicales más vistos de la primera década de YouTube, en nada menos que en 26 aparece
la célebre cantante.1 La barbadense más internacional, apadrinada
por el extraficante, rapero y multimillonario ejecutivo estadounidense Jay-Z,
supera ampliamente a otras estrellas del pop como Justin Bieber, Katy Perry o
Shakira. Sin embargo, la cantante tiene otro hito en su poder. El año pasado apareció
por primera vez haciendo topless en
su vídeo Bitch Better Have My Money (“Zorra,
mejor que tengas mi dinero”). Nunca antes se había producido un topless de una reina del pop en un
videoclip dominante. La Madonna negra del siglo XXI superó a la caduca Madonna
blanca del XX.2 Desde entonces, Rihanna no ha cesado en su empeño de
mostrarnos los senos en cada uno de sus nuevos vídeos. Y ya llevamos tres.3
Así es, porque posteriormente al citado siguió con su
estrategia de seducción, tanto en su
videoclip Work (“Trabaja”) en
compañía del rapero Drake, como en Kiss
It Better (“Bésalo mejor”). En todos, la célebre intérprete decidió mostrar
sus otrora privadas areolas al conjunto de la juventud mundial. ¿Exagerado? Los
tres vídeos suman en pocos meses más de 350 millones de visualizaciones, una
población que multiplica por tres la suma de todos los jóvenes de la Unión
Europea y Estados Unidos.4 Pero, ¿cuál es la razón de esta aparente obsesión
de Rihanna con sus pechos?
En realidad no se trata de la voluntad de la cantante, aunque
en última instancia, tenga que dar su consentimiento (faltaría más). Se trata
del modo de producción que marca la lógica que determina la forma y el
contenido de estos videoclips más comerciales: el capitalismo. En este sistema socioeconómico
la mayoría de los productos se realizan con la “interacción” de dos clases
sociales: los empresarios, que son los dueños de los medios de producción
(empresas, medios de trabajo, materias primas, etc.) y los asalariados, que
como no tienen aquellos han de trabajar para los primeros a cambio de un
salario con el que sobrevivir. El problema es que, pese a las apariencias, no es un trato justo entre ciudadanos libres porque
el salario tiene un valor inferior al trabajo realizado por los “currantes”.5
¿De lo contrario, de dónde saldría el beneficio? El salario no paga el trabajo de más contenido en
las mercancías propiedad del empresario. Por esa razón, una vez vendidas, los
empresarios transforman ese plustrabajo/plusvalor en suculentas ganancias.
¿Y qué tiene que ver todo este anticuado “rollo marxista”? ¿No
era más adecuado para los explotados obreros de las fábricas de algodón de Mánchester
en siglo XIX que para los provocadores videoclips de la musa caribeña en el XXI?
En realidad no, porque la explotación capitalista se da en todos los sectores
donde interaccionan económicamente estas dos clases sociales que todavía hoy
escinden a la humanidad en dos partes enfrentadas. Poco importa si fabrican
coches, helados, misiles, videoclips, condones o rosarios del Papa Francisco. El
videoclip es así un producto audiovisual que en nuestro sistema adopta la forma
social de mercancía capitalista, es decir, se fabrica mediante la inversión de
capital de empresarios que contratan a trabajadores para producir un vídeo de
su propiedad con el fin de venderlo en el mercado al mejor precio posible.
¿Y en qué momento entran en acción los pechos de Rihanna? En
la lucha frente a la competencia. Pues resulta que el ojo humano, sea masculino
o femenino, observa un 20% más rápido que cualquier otra imagen aquellas que
poseen contenido sexual.6 Por esa razón otra famosa estrella del pop,
Miley Cyrus, sentenció sabiamente aquello de: “Eres más famosa cuanto más
enseñas las tetas”.7 Por ello en un mercado audiovisual (pongamos
YouTube) repleto de videoclips en durísima competencia, es funcional para los
empresarios que los financian utilizar el reclamo visual para congregar las
atenciones de los espectadores.8 Una vez reunidas serán vendidas
como nuevas mercancías a los anunciantes que pagarán por esos videoclips. Es decir,
cuando millones de jóvenes queden atrapados/as observando la artísticamente
realzada sexualidad de Rihanna o los pectorales de Justin Bieber, los
anunciantes de turno tendrán que pagar al canal YouTube y a los propietarios
del vídeo (Universal, Vevo, etc.) por haber construido un excelente cebo capaz
de transformar esas atenciones en mercancía. De este modo, las empresas
anunciantes podrán bombardear a los seguidores de Rihanna y Bieber con esa
desarrollada forma de lavado cerebral llamada publicidad. Y todos contentos, ¿verdad?
En realidad, hay muchos que salen perdiendo. No sólo los
trabajadores que cada vez son más pobres en
relación con los empresarios,9 sino también los amantes de la
música y el arte del videoclip. Debido a los condicionamientos capitalistas que
encorsetan la música dirigida a las mayorías, ésta es cada vez más pobre
musical y semánticamente hablando. Paralelamente, los videoclips que la
ilustran tienen una forma y un contenido crecientemente homogéneos. La
oligarquía mediática que personifica la lógica capitalista y de clase de la
industria cultural impide que la música de masas sea más variada y de mayor
calidad de lo que es.10
Además, con los videoclips mainstream se produce lo que denomino la “estrategia del coito sin
fin”.11 Ésta basa su poder de atracción en la continua excitación
sexual del espectador. Así retiene su mirada en una zozobra interminable que
continuamente contiene la promesa del orgasmo que su mismo flujo comunicacional
debe negar para que la atención sea constantemente (re) mercantilizada y
desviada hacia la oferta mercantil representada en el contenido audiovisual. En
el videoclip dominante, la maldición del coito sin fin alcanza su expresión más
elevada y sus agotados voyeurs forman
su castigado público fiel.
Como la oligarquía mediática que controla/censura la música
de masas desde la cima de la industria impide que la música destinada a las
mayorías verse sobre otros temas
diferentes al sexo, la riqueza, la competitividad, la agresividad o el
amor/desamor, hay decenas de temas importantes para la juventud que enmudecen o
directamente desaparecen del flujo del videoclip mainstream. Entre ellos están aquellos que tienen que ver con la
crítica al sistema: a las desigualdades sociales, las guerras, el hambre o el
cambio climático. Pero tampoco encontraremos otros alejados de la política como
la amistad, la solidaridad, la espiritualidad o el amor entendido más allá del unidimensional
atractivo físico. Por eso cada vez
veremos más vídeos de Rihanna enseñando sus intimidades y menos de aquellos que
no versen sobre el reclamo sexual. Habrá más videoclips como Work y menos como el políticamente
comprometido y parcialmente censurado They
Don’t Care About Us de Michael Jackson.12 En la actualidad, la
libertad artística de los cantantes más populares es de la más bajas que se
recuerdan debido a la concentración y centralización del capital que ha
permitido que la luz verde sobre los vídeos más comerciales que verán la luz se
tome cada vez por menos manos.
La existencia de algún grupo crítico como Calle 13 o Rise
Against en el flujo audiovisual proporcionado por la gran industria (con sólo
tres grandes discográficas controlando la distribución de más del 92% de los
videoclips más populares) no cambiará el hecho de que el flujo sea
aplastantemente mayoritario en favor de ideologías y valores (o contravalores) funcionales
para el empresariado.13 Un par de célebres amigos lo apuntaron hace mucho
tiempo: “Las ideas de la clase
dominante son las ideas dominantes en cada época […] La clase que tiene
a su disposición los medios para la
producción material
dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual,
lo que hace que se le sometan […] las ideas de quienes carecen de los
medios necesarios para producir espiritualmente”.14
Quizás en la huida sin fin a la que está abocado el
capitalismo (económico, político y cultural) lleguemos a una situación que hoy
todavía puede parecernos sorprendente. Así es porque quizás dentro de unos
años, en los videoclips dominantes, las estrellas de la canción deberán
realizar escenas de sexo explícito para llamar la atención de los espectadores.15
No en vano, no pueden reclamarla de otro modo ajeno a la sexualidad y si ya están
mostrando pezones, no se puede disminuir la temperatura de la provocación. No enseñarlos
a partir de ahora será un riesgo empresarial de primer orden. Al menos para
Rihanna y similares. Y esto que parece una broma de mal gusto en realidad nos
ilustra sobre el sinsentido (social) de nuestro sistema.
Llegados al final de esta reflexión, tres preguntas me rondan.
De lo micro a lo macro: primera, ¿cuántos videoclips interpretará a partir de
ahora Rihanna sin mostrar sus pezones? Segunda, ¿cuándo se realizará la primera
penetración o felación de una celebridad en un videoclip dominante? Tercera,
¿cuándo la mayoría social se percatará que no hay otro presente cultural posible
bajo el capitalismo? Añado una cuarta con ansias constructivas: ¿Cuándo los que
deseamos lograr un mundo mejor nos daremos cuenta que con este “alimento
cultural” no habrá futuro alternativo posible sin crear una cultura
contrahegemónica que seduzca a las mayorías?
El tiempo pasa inexorable, se acelera y en manos de otros
nos oprime sin que apenas se oigan respuestas. Comencemos al menos por
preguntarnos en voz alta qué hacer o los de siempre, desde sus grandes
altavoces, nos seguirán dictando el ritmo y la melodía de nuestras vidas. Y
mientras tanto, desde el altar del poder secular de la burguesía, los pezones de Rihanna o quien la substituya
serán el opio de un futuro repleto de cadáveres. Los nuestros, masacrados por
lacerantes ritmos de trabajo, por la constante burla política y por el
exterminio de toda cultura impregnada de humanismo.
No es cuestión de censurar el contenido sexual de ningún
producto cultural, ni mucho menos, sino de entender que los seres humanos somos
algo más que falos y pechos ansiosos de ser consumidos. Algo que, dicho sea de
paso, contradice la función que el capitalismo nos tiene asignada. Por eso
Rihanna es prisionera de sus propios pezones, convertidos en punta de lanza de
las ubres del capitalismo internacional.
El autor es Doctor en
Sociología y Comunicación y Licenciado en Bellas Artes. Recientemente publicó La Dictadura del Videoclip. Industria
musical y sueños prefabricados (El Viejo Topo, 2015).
El presente artículo
fue finalizado el 19 de abril de 2016 y publicado en el Topo Express. Tiene licencia Creative Commons y puede compartirse libre, respetando autoría y formato, sin ánimo de lucro.
Notas:
1. ILLESCAS,
Jon E. (2015), La dictadura del
videoclip. Industria musical y sueños prefabricados. Barcelona: El Viejo
Topo, p. 65.
2. Madonna
mostró un pezón durante unas fracciones de segundo casi imperceptibles de un
plano general de su videoclip Papa Don’t
Preach (1986), donde ya era una estrella. En concreto en diferentes
momentos del metraje entre el 1:36 y el
1:39.
3. Algunas
veces sin ninguna prenda por encima (Bitche
Better Have My Money) y en otras con alguna transparente (Work).
4. EUROPEAN COMISSION (2015), Situation of Young People in the UE, Bruselas: European Comission,
p. 7. Datos para Estados
Unidos: Indexmundi [Consultado el 19/04/2016].
5. MARX, Karl
(2010), El Capital (3 tomos). Madrid:
Siglo XXI [1872, (segunda edición en alemán con notas de la 3ª y 4ª )].
6. ANOKHIN, Andrey P. y otros (2008), «Rapid discrimination of visual scene content in the
human brain». En National Institute
of Health, [en línea], 4 de junio.
7. GÓMEZ,
Lourdes (2014), «Miley Cyrus: ‘Eres más famosa
cuanto más enseñas las tetas’». En El Mundo, [en línea], 6 de mayo.
8. El primero
en descubrir la mercantilización del público fue el comunicólogo Dallas W.
Smythe. Posteriormente, el que precisó que en realidad no era el público el que
se transformaba en mercancía sino sus atenciones fue Tanner Mirrlees.
9. FARIZA,
Ignacio (2015), «El 1% más rico tiene tanto patrimonio
como todo el resto del mundo juntos». En El País, [en línea], 13 de octubre.
10. ILLESCAS,
Jon E. (2015), La dictadura del
videoclip. Industria musical y sueños prefabricados. Barcelona: El Viejo
Topo, capítulo
11. Ibíd., p.
283.
12. Nos
referimos a su versión censurada Prision,
pero también a la que obtuvo una censura menor y conocen casi todos sus fans,
grabada en Brasil. Ibíd., pp. 400-402.
13. Ibíd., p.
138.
14. MARX,
Karl y ENGELS, Friedrich (1846), La
ideología alemana. Barcelona: Grijalbo [1972], p.50.
15. En los
conciertos, varios cantantes de primera fila ya simulan tener sexo con sus
seguidores. Véase: ILLESCAS, Jon E. (2015), La
dictadura del videoclip. Industria musical y sueños prefabricados.
Barcelona: El Viejo Topo, p. 287.
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